Opinión | Tribuna

La hora del Hércules

Rueda que irás muy lejos. Ala que irás muy alto. Torre del día eres, del tiempo y el espacio. Niño: ala, rueda, torre. Pie. Pluma. Espuma. Rayo. Ser como nunca ser. Alborear del pájaro.”(Miguel Hernández, Niño, 1939)

Alineación del Hércules frente a la Peña Deportiva con cerca de 18.000 espectadores en el Rico Pérez.

Alineación del Hércules frente a la Peña Deportiva con cerca de 18.000 espectadores en el Rico Pérez. / Pilar Cortés

Llevaba sin enfilar desde 2011 el camino que lleva al estadio con el que soñaba desde niño y todo seguía tal y cómo lo había dejado. Los “gorrillas” sin gorras diciéndole dónde y hasta cómo aparcar. Los vendepipas destrangis y el puesto de bufandas de al lado. Muchos grupos de jóvenes y adolescentes, de chicos y chicas; también mujeres, muchas mujeres. Madres con sus hijos de la mano; padres de familia con sus bebés en la mochila. Alicantinos, manchegos, argentinos, ingleses, alemanes y hasta alguno que siempre está en la Luna. Solteros, casados y jubilados acompañados por la añoranza de tiempos mejores; curiosos, fieles y “subecarros”. Médicos, abogados, fontaneros y algún que otro manitas; cayetanos, hipsters, perdonavidas, chonis y carrozas; Los Ángeles, Virgen del Remedio, San Juan Playa, San Blas o la Florida... Desde el catedrático más brillante de la UA hasta imitadores de Torrente. Todos dirigiéndose al Rico Pérez. Y muchos de ellos con cualquier camiseta de la amalgama de indumentarias que ha vestido el Hércules en los últimos 40 años. En la mañana del partido ante el Peña Deportiva, los dieciocho mil espectadores que se daban cita en el coliseo blanquiazul representaban la radiografía demográfica perfecta del Alicante actual.

Han sido trece largos años en los que el tiempo le ha tratado bastante mejor que al equipo de su vida. Con la bolsa de pipas de rigor y a merced del magnífico sol lucentino, se sentaba, por primera vez junto a su hijo Asier, en una butaca cualquiera de la grada Preferente. El niño miraba todo lo que le rodeaba con la misma fascinación que lo hacía su padre cuando empezó a ir al estadio de la mano de su abuelo. Tiene doce años y ha crecido entre las historias que le han contado de ese gran Hércules que parece mentira que haya existido y el infame presente que le ha tocado vivir. Pese a que la del pasado domingo ha sido su primera vez en las gradas, gracias a su padre y a su abuelo, el niño -curioso como él solo- lo sabe (casi) todo en clave blanquiazul.

Los más pequeño despiden a Richie Dapaah mientras se mete en el túnel de vestuarios.

Los más pequeño despiden a Richie Dapaah mientras se mete en el túnel de vestuarios. / Pilar Cortés

Conoce de oídas a jugadores históricos que bien podrían encarnar la efigie del escudo, como el meta Humberto, José Juan, Maciá o el eterno capitán Baena. También ha visto en youtube a artistas como Tote, Trezeguet, Eduardo Rodríguez o el legendario Mario Kempes que, vestidos de blanco y azul, hicieron levantar del asiento una y mil veces a los aficionados alicantinos. Es consciente de ese Hércules de los setenta que el Zorro Arsenio Iglesias diseñó con precisión quirúrgica hasta convertirlo en uno de los cinco mejores equipos de España. Sabe de los míticos onces que ascendieron a Primera División a mediados de los 80, los 90 y 2010… Y hasta incluso del “Wunderteam herculano” de mitad de los años treinta, al que sólo los fusiles y el horror de la Guerra cortaron las alas...

Eres mañana. Ven con todo de la mano. Eres mi ser que vuelve hacia su ser más claro. El universo eres, que gira esperanzado.” (M.H., Niño, 1939).

A ningún herculano escapa que la historia de este club está llena de victorias épicas, de ascensos y de baños en Luceros. De grandes triunfos y de decepciones aún mayores. De maná y de barro... La grandeza del Hércules se ha construido con goles históricos como el de Sanabria en el Bernabéu, el de Sigüenza en Badajoz o el de Rodríguez en el Camp Nou. Pero también con las lágrimas de los que lloraron alguna vez en Bardín, La Viña o el Rico Pérez y con descensos, derrotas dolorosas y fango, mucho fango. Y es que trece años revolcándose en el lodo es demasiado.

Alvarito pide al público del Rico Pérez más aliento.

Alvarito pide al público del Rico Pérez más aliento. / Pilar Cortés

Desde el no tan lejano enero de 2011, la sufrida afición alicantina ha pasado, casi sin anestesia y en tiempo récord, de ver a los suyos en la zona noble de la tabla de Primera División a verlo malviviendo en la cuarta categoría. De la pasarela Cibeles al fútbol de mercadillo. Y lo que es peor, buena parte de los seguidores, miles de adolescentes y niños que -como Asier- poblaban el domingo las gradas del estadio, no saben lo que es vivir un éxito debido a una inmundicia deportiva que ya dura más de una década. Drenthe, Alcorcón, Sánchez Laso, Óscar Díaz, Güiza, Cádiz, Isi, Ponferradina, Llagostera, Chuli, Ander Vitoria… Y podríamos seguir... La lista de antagonistas que ha conocido esta nueva generación de hinchas herculanos es tan peculiar como extensa.

Pero este año parece que es distinto. Cuando todo hacía indicar que iba a ser como últimamente, el Hércules ha llegado a tiempo. Sin ir más lejos, hace escasamente dos semanas, la web especializada Besoccer daba a los chicos de Torrecilla un 0% de posibilidades de ascender como campeones de grupo. Hoy, a falta de sólo dos partidos, en Vic -ante Badalona- y en casa frente al Lleida, los alicantinos marchan líderes con un punto de diferencia sobre los ilerdenses y dependen de sí mismos para llegar a Primera RFEF por la vía rápida. El herculanismo vive un momento de efervescencia total, que se palpa en los bares, en las escuelas, en las plazas y en las calles de Alicante. Es muy difícil dar una vuelta por cualquier barrio de la ciudad y no ver alguna camiseta del Hércules. Este anciano de 102 años tiene una (mala) salud de hierro…

La tierra es tu caballo. Cabálgala. Domínala. Y brotará en su casco su piel de vida y muerte, de sombra y luz… Asciende, rueda, vuela, creador del alba y mayo. Alumbra. Ven. Y colma el fondo de mis brazos.” (M.H., Niño, 1939)

Ojalá que esto no sea un coitus interruptus como aquella “mala pata” de Álex Muñoz ante el Cádiz o como en aquel tiroteo de ese calvo que parecía el Jason Statham de El Bierzo. Que los señores de blanco y azul afinen su puntería y que esto no acabe como el más triste de los poemas tristes de Miguel Hernández.

Humberto Núñez ya no volverá a salir de un estadio de rodillas. Jamás veremos a Pavlicic colocándose bien la cinta en el pelo y sacando el balón jugado desde atrás. Así como tampoco a Parra o Farinós mandando, como sólo ellos sabían, en el centro del campo. Ni a Kustudic subiéndose a la valla de un enfervorizado Rico Pérez para celebrar uno de sus golazos… Esos momentos ya nunca volverán. Ahora es la hora de crear nuevos instantes que recordaremos y contaremos el día de mañana a nuestros hijos y nietos. Es la hora de que la sufrida afición herculana guarde con llave su colección de espinas y de que Asier y esos miles de niños, que no conocen más que los sinsabores de la última década, puedan vivir lo que tantas veces les han contado. Señores de blanco y azul, honren los colores y el mítico escudo que lucen en el pecho y háganlo posible. Primero en Vic y después en la finalísima ante el Lleida.

Es la hora del Hércules.