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Cabeza negra

Fuego amigo

Cuando pintan bastos, uno admite con estoicismo y deportividad el pitorreo desde la acera rival. Estamos entrenados. Que un abducido por la franja verde, te mande cada lunes un wasap con la foto de la clasificación, entra dentro del sueldo herculano. Ya saben, hoy por mí mañana por ti -o pasado mañana -. Además, si lo piensan bien, el choteo lleva implícito cierto reconocimiento al rival caído. Peor sería la indiferencia. Pero lo que no puedo entender de ninguna de las maneras es el fuego amigo que nos lamina día tras día. No comprendo a esos jugadores melifluos que, superados por los acontecimientos, se olvidan de ser futbolistas, limitándose en el campo a correr como poyos sin cabeza y llenar su estadística de pases intrascendentes por miedo a no poner más en entredicho su ya discutida calidad.

Tampoco entiendo a esos personajes tóxicos que desde la grada arrojan espuma por la boca contra los nuestros ya desde el minuto uno. ¿Han pensado por un momento a quién benefician con sus protestas? ¿Se imaginan que en su trabajo se les aplicara ese mismo nivel de exigencia que reclaman? Difícil también asumir que, la misma prensa que en la jornada seis reclamaba cabezas, ahora hable de falta de proyecto. ¿Iremos a por el cuarto entrenador con tal de vender periódicos y llenar programas de radio? Peor aún, que alguien con mando en plaza y supuesto talento para la dirección ponga palos en la rueda desde los despachos, haciendo pasar por caja, en el peor momento de la historia de la entidad, a los pocos héroes que aún mantienen viva la llama, desaprovechando así una ocasión pintiparada para restañar heridas con la afición y mantener arropado al equipo en una eliminatoria, que, de pasarse, esta vez sí provocaría rédito a las arcas. De locos. Con todo y con eso, lo que peor llevo en estos momentos de tristeza máxima es tener que lidiar con todos esos conocidos, a los que el club blanquiazul les importa lo mismo que la cría del caracol en Tanzania, y que, sin embargo, al saber de tu filiación y para darte bola cuando se tercia, te preguntan con cara compungida: «¿Qué le pasa al Hércules?». Qué pereza por Dios.

Eso sí, peor aún son los que te lo explican. A estos últimos, y visto su interés, me gusta preguntarles por su historial herculano y es entonces cuando inexorablemente saltan con la frasecita: «Es que yo no voy al Rico Pérez mientras esté Ortiz», lo que traducido a román paladín herculano viene a significar, «mientras no estemos en Primera». Así que, en estas fiestas navideñas donde los encuentros, comidas, llamadas y el postureo, afloran como los herculanos en «play-off», un ruego desde estas humildes líneas para todos aquellos compañeros de trabajo, cuñados, familiares, amigos para siempre, vecinos y conocidos: No toquen los cojones y eviten el temita, que no está el horno para bollos. Se exponen sino, a sufrir en sus carnes la respuesta iracunda que a modo de Fernando Fernán Gómez, mantenía reservada para el propietario: ¡Váyase usted a la mierda! ¡a la mierdaaaa! Avisados quedan.

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